jueves, 13 de agosto de 2009

Edinburgh. El terreno como protagonista

Si todos tenemos una imagen más o menos común de Venecia es gracias a sus canales. Ciertamente marcados por la acción del hombre, la presencia de lo natural es lo suficientemente fuerte como para crear un entorno diferente, especial.

En Edinburgo pasa algo parecido. Sin duda sus edificios son notables, la historia de Escocia ha pasado en buena medida por sus calles, pero lo que más impresiona la memoria son sus colinas volcánicas trazando las fronteras entre lo nuevo y lo viejo, lo humano y lo natural, lo elevado y lo cotidiano... Algunos ejemplos.

Sin barrera alguna, a continuación del Palacio de Holyrood, a escasos metros de la Royal Mile se eleva el gran parque de , con la Arthur´s Seat (Silla de Arturo) coronando la elevación volcánica que domina la ciudad antigua.



En la ciudad nueva, la "acrópolis" de Edinburgo acoge monumentos conmemorativos, academias y galerías de arte. Como el monumento a Robert Burns, el poeta nacional del que este año se conmemora por todo el país su 250 aniversario (autor de un amplísimo cancionero recogiendo muchas historias populares. Para el común de los mortales, la más conocida es esa de "Llegado ya el momento de la separación...").



Y una gran depresión separa las dos ciudades, unidas por dos puentes monumentales. Desde el interior de la antigua no se ve la nueva. Está encerrada en sí misma, y hay que salir de ella para vislumbrar el horizonte. La nueva, sin embargo, es una gran balconada curiosa hacia su hermana mayor.

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